Al margen del vocerío sobre las macrogranjas, una reflexión acerca de nuestra relación con los animales y la necesidad de cambios profundos en el ámbito educativo.

 

Cuando se piensa en los animales no aparece en la mente una imagen clara, enfocada, entera. Al contrario, la figuración adquiere una forma fragmentaria, distinta según la categoría de animal en la que se piensa. En primer plano están aquellos que, con una expresión singular, se llaman mascotas. Amuletos, como dice el término provenzal mascoto, del que procede. Como los amuletos los animales captan la atención del propietario, quien en raras ocasiones les ofrece el elemento constitutivo de toda relación afectiva: la libertad. Collares, correas, jaulas, peceras, bozales, cadenas, todo tipo de artilugio impide la realización de una relación plena entre seres libres. Se trata de un grupo de animales bien definido: perros, gatos (recientemente en un programa radiofónico de la radio pública francesa sobre el uso de los animales en la investigación científica un experto en ética e investigación afirmaba que los perros y gatos, según él, deberían pertenecer a un grupo separado, privilegiado), conejos, hámsters, aves, peces y otros animales menos comúnmente encerrados entre cuatro paredes, animales raros que podrían incrementar el prestigio del propietario. Estos animales son los animales divinos, comprados a precio variable según la raza, capaces de hacer encorvar la espalda a la clase alta para recoger los excrementos de su animal-propiedad. A las mismas personas que no dudarían en considerar excremento —lo que hay que excernere, mantener alejado, fuera— a un migrante de una clase social inferior, no les supone incomodidad alguna arrodillarse ante (tras) su animal divino, con tal de que el collar esté bien atado, la correa bien corta, el animal servicial y agradecido. Que no pida lo que le ha sido sustraído.

El segundo grupo son los animales libres, no sometidos (aún) a la autoridad humana. Pueden estar cerca —insectos, animales urbanos, animales del bosque, etc.— o lejos, volviéndose imaginación —animales salvajes, vida marina, etc. Cuando se encuentran lejos parecen estar condenados a morir (desaparición de los animales salvajes debido al cambio climático, a la caza, etc.) y a vivir en la imaginación, o bien a resistir la violencia del ambiente urbano que intenta exterminarlos cuando se encuentran cerca. Ambos son animales en vía de desaparición, míticos. Son imágenes borrosas, difuminadas, inmersas en las capas más profundas de nuestra mente, sedimentos de las clases sobre África y el mito de lo salvaje. Los niños los imaginan libres, numerosos, salvajes. Los incrédulos pueden verlos en un zoo o un acuario, o bien en un coto de caza, un safari o un resort en los trópicos, según su clase social. Son animales que aparecen en las estadísticas sobre el poder destructivo de los seres humanos, animales cuya desaparición, cuya in-existencia, no parece influir en nuestra forma de existir.

El tercer grupo, numéricamente difícil de imaginar, son los animales invisibles: existen aunque no podamos verlos, ocultados tras muros opacos en edificios ubicados en lugares lejanos, a veces en países lejanos. Conjunto de células con forma de animal, sin alma, los mismos que en la educación primaria los niños dibujan con tanta alegría e inocencia, entre un bocadillo de jamón y una inocente albóndiga. Cerdos, vacas, gallinas, pollos, ovejas, pero también caballos, conejos (estos últimos dos a la vez animales divinos o invisibles, según los queramos ver o apartar de la vista tras un muro opaco), atunes, pulpos, cangrejos, y mil más. La inocencia de los dibujos infantiles comunicaría con la curiosidad sobre el origen del omnipresente jamón, si la comunicación no fuera truncada, mutilada por lo que se llama educación. Si el lápiz siguiera su línea hacia atrás en el tiempo y el espacio, del perfil del jamón hasta el origen del alimento, y llegara a penetrar en las impenetrables granjas, la mano del niño arrojaría el tenedor para volverse caricia. Acto terrorista la caricia a un animal invisible, síntoma de locura la mano que compadece, el lápiz que honra la vida a través del dibujo, la mente que se niega. Más educativo enseñar el agarre fuerte, viril, al despiadado tenedor, rompiendo la continuidad del conocimiento, la línea que une origen y alimento.

Mientras los míticos se diluyen en las estadísticas, aterradoras en todo el planeta, los animales divinos y los invisibles se intercambian los roles, generando escándalo según la latitud (o longitud) un perro como alimento.

Las tres dimensiones animales permanecen incomunicadas, separadas como la fragmentación del trabajo en la cadena de montaje (des)educativa. La unidad de pensamiento conduce la línea del lápiz hacia el trabajo artesanal de la búsqueda del origen del alimento, la búsqueda del origen de los problemas que perturban y pervierten nuestro vivir juntos, la búsqueda de los elementos que separan a un ser vivo de su liberación. Un trabajo artesanal de unificación que podría subvertir el pensamiento.

Artículo publicado en El Salto y en Urban Living Lab.

Imagen: Albrecht Dürer | Galgo [c. 1500-1501], Mochuelo [1508], Novillo [c. 1496] | Composición: Massimo Paolini


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