En la primera escena del vídeo que Pasolini realiza en 1971 sobre la belleza de Sana’a, la capital de Yemen que tanto le fascinó por su carácter todavía no contaminado por el desarrollo industrial, aún puro, se ve un espantapájaros.

Un yemení silente, un hombre inmóvil, perteneciente a otra época, se dedica a la profesión de espantapájaros. Con un látigo en la mano, cada diez segundos vomita su energía antigua realizando su tarea: alejar a los pájaros del campo. Un chasquido, un sonido seco, definido, puro, penetrante.

La complejidad de la figura de Pasolini tiene rasgos en común con la sencillez de la figura del yemení espantapájaros. Cuando en una entrevista se le pregunta a qué personas ama, Pasolini responde: “Amo a la gente que no ha estudiado más allá de cuarto de primaria”. Porque lo que llaman educación –la escuela obligatoria o, mejor dicho, la (des)educación– contamina la inocencia y la pureza del niño quien se convertirá, como bien dice Ivan Illich, en un ciudadano modélico. Luego –sigue Pasolini– esa pureza vuelve a aparecer a niveles muy altos, entre los artistas y los poetas. Todo lo que estaba en el medio era lo que Pasolini detestaba intensamente, el conformismo, la homologación, el moralismo fruto de la sociedad de consumo: “Estoy demasiado traumatizado por la burguesía, mi odio hacia ella ya es patológico”.

Las anime belle son las personas que Pasolini ama, como dice en Comicios de amor, el documental de 1965 en el que viaja por Italia entrevistando a la gente acerca de sus ideas sobre temas entonces tabú: libertad sexual de la mujer, divorcio, aborto, cuestionamiento de la familia tradicional, etcétera. Las anime belle, puras, naíf, que desconocen el cálculo, el conformismo, el poder: estos últimos son precisamente lo que constituye nuestra sociedad hoy en día.

El yemení representa la pureza del mundo antiguo, no contaminado por la aculturación de la sociedad de consumo. Y como Pasolini intenta, en completa soledad, alejar a los pájaros dañinos con la sencillez de un látigo. Con sus versos, palabras, análisis políticos y sociales, películas y entrevistas, Pasolini intenta, en completa soledad, alejar a los pájaros destructores que amenazan a la vida, al mundo, a la cultura y a él mismo: la sociedad burguesa, el gobierno, los fascistas, la magistratura, la policía, los partidos neofascistas. De 1960 a 1975 Pasolini fue (y todavía es hoy) objeto de persecución continua por parte de la magistratura (y la prensa): censura, represión, acusaciones. Las palabras densas asustan al poder.

Las palabras de Pasolini eran proféticas, capaces de prever con cuarenta años de antelación lo que pasaría hoy.

Aquella estupenda ciudad de Yemen del Norte posada en el desierto como una especie de rústica Venecia, que ya están destruyendo; ya han prácticamente terminado de destruir todas las murallas que la ceñían y le daban forma, aquella absolutidad maravillosa de las ciudades antiguas.

El yemení silente es hoy testigo de lo que Pasolini profetizaba e intentaba detener: la destrucción de la cultura y la vida por parte de la sociedad de consumo. Hoy, en Yemen, los pájaros se han transformado en aviones bombarderos, que destruyen vida y cultura. La sociedad burguesa, escribe Pasolini en Empirismo herético, 1972, genera anticuerpos:

Los anticuerpos que nacen en la entropía americana tienen vida y razón de ser sólo porque en América hay negros: ellos tienen para un joven americano la función que han tenido para nosotros los obreros y los campesinos pobres.

Hoy los obreros y los campesinos de Pasolini y los negros americanos de los años setenta se han convertido en los migrantes –que proceden de países como Yemen, destruidos y lacerados por la sociedad de consumo–, en las únicas personas capaces de generar anticuerpos en un joven europeo de hoy.

En referencia al fascismo y a su presencia en la sociedad de consumo, Pasolini dice en el intenso vídeo La forma de la ciudad, de 1974:

Ahora en cambio ocurre lo contrario. El régimen es un régimen democrático etcétera etcétera, sin embargo aquella aculturación, aquella homologación que el fascismo no consiguió en absoluto obtener, el poder de hoy, o sea el poder de la civilización de consumo, lo obtiene perfectamente: destruyendo las distintas realidades particulares, restando realidad a los diversos modos de ser hombres […] Entonces puedo decir sin duda que el verdadero fascismo es precisamente este poder de la civilización de consumo que está destruyendo Italia.

“Creo en el progreso, no creo en el desarrollo y –más en concreto– en este desarrollo”, escribe Pasolini en uno de sus artículos publicados en Il Corriere della Sera, reunidos en Escritos corsarios-. Progreso y desarrollo: dos palabras que Pasolini quiere, pide, pretende unir, para que coincidan y confluyan en un único concepto. “Es necesario hacer de una vez por todas una distinción drástica entre los dos términos: progreso y desarrollo. Hay que “tomar conciencia de esta disociación atroz y hacerla consciente […] para que desaparezca”, escribía en el verano de 1974.

En la actualidad, la disociación entre (verdadero) progreso y desarrollo es mucho más fuerte y poderosa que en los años setenta, y se mantiene intencionalmente inconsciente con todo medio (des)educativo –los verdaderos responsables de esta inconsciencia–, al ser precisamente la toma de consciencia, crítica y autónoma, de esta disociación el acto que más teme el poder. La palabras de Pasolini resuenan –a cuarenta años de distancia– como el chasquido de un látigo que desde un tiempo antiguo azota el presente, una profecía que cada día nuestra época sigue asesinando.

La muerte no está en la imposibilidad de comunicar, sino en la incapacidad de ser comprendidos.

Precisamente lo que el conformismo, hoy bien camuflado detrás del adjetivo ‘progresista’, sigue haciendo, temiendo el pensamiento crítico y autónomo. El hecho de ser una persona con independencia de pensamiento y acción, una persona que se gobierna a sí misma: esa es la verdadera amenaza a quien detiene el poder. La autonomía, el no querer ser parte de ninguna categoría, el seguir un camino propio, único e irrepetible es el peligro; penetrar la densidad de la vida sin moralismos es la amenaza. Y la ex-ducación personal y creativa, la verdadera fuerza –el dejar salir, el ex-dūcere liberatorio, liberador, libertario.

Las palabras de Pasolini asustaban y siguen asustando, por su verdad, su lucidez, su densidad, su verdadera independencia. Nuestra época sigue asesinándolas.


Arículo publicado en CTXT


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