La construcción de una valla selectiva que permite el pasaje de las mercancías e impide el tránsito de algunas personas dejando pasar a otras conlleva responsabilidades. El cierre selectivo de un puerto que se abre a materias primas y recursos naturales y deja salir armas, para cerrarse a la vista de quienes reclaman lo sustraído, implica responsabilidades. Ambos suponen la asunción de responsabilidades no sólo por parte de quienes deciden y realizan la edificación de la valla, o decretan el cierre del puerto, sino también por parte de quienes son conscientes de ello, o sea cualquier ciudadano.

En una epidemia de ceguera colectiva, causada por los relámpagos hipnóticos de las imágenes mediatizadas junto con las palabras huecas amplificadas por los periódicos de propriedad de empresarios y banqueros, la responsabilidad es la de confundir las cuestiones, y dejarse confundir: se sustituyen las razones, pasadas y presentes, que han determinado el levantamiento de las vallas y el cierre de los puertos, siempre cuidadosamente silenciadas, por discursos instrumentales sobre la base de conceptos como el de ‘seguridad’ o el de ‘peligro’, discursos cuya finalidad es producir el miedo necesario para consolidar los cimientos de las vallas y para reforzar las puertas y los puertos.

 

Seguridad, peligro

Si tuvieran la función de protegernos, las vallas y el cierre de los puertos serían impermeables a los elementos realmente peligrosos: comercio de armas, transacciones financieras, venta de órganos, trata de personas, etc. En cambio las vallas son transparentes a todo eso, no oponen ningún tipo de resistencia, no proporcionan ningún tipo de seguridad. Los puertos dejan salir las armas producidas por Europa, en un silencio colectivo cómplice. Frente a esos peligros es como si las fronteras no existiesen. Recuperan su impermeabilidad, su fuerza física, volviéndose opacas, cerrándose como un puño, en el momento en que en vez de materias primas o petróleo lo que quiere atravesar las vallas son los testigos silenciados del neocolonialismo, que quieren mirar a los ojos a los responsables de esta injusticia institucionalizada. En ese momento los muros se contraen, se vuelven densos, obedeciendo a los dictados políticos neoliberales. La única finalidad del carácter selectivo de vallas y puertos es la de contrastar la previsible reacción de los pueblos a las persistentes políticas neocoloniales de expolio llevadas a cabo con intensidad exponencial a partir de la llamada globalización. Los puertos siguen dejando pasar los frutos del despojo legalizado de los recursos naturales, la destrucción ambiental y los productos del trabajo de continentes enteros, y en particular de África, en beneficio de las multinacionales: el petróleo de Nigeria y Angola, el gas de Argelia, Egipto, Nigeria, el cobre de la República Democrática del Congo y de Zambia para producir los cables eléctricos, el coltán y el cobalto de la República Democrática del Congo para producir los teléfonos móviles, el algodón de la mayor parte de países africanos, el café de Etiopia y Uganda, el té de Kenya.

 

Opacidades y transparencias selectivas

La opacidad de un material depende de la frecuencia de la radiación. Por ejemplo, un cristal permite a la luz solar atravesarlo, mientras que la mayoría de los cristales no pueden ser atravesados por la radiación UV. El cristal tiene una transparencia selectiva, se podría decir. De la misma manera la opacidad de las vallas depende del valor de cambio de la mercancía, dejando pasar la energía procedente de países lejanos —en forma de petróleo, materias primas, alimentos, fuerza de trabajo (esta expresión aséptica para referirse al tiempo, la vida y el dolor de las personas)— mientras que no pueden ser atravesadas por personas que no sean inversores o turistas, sino testigos de las maneras de operar de nuestra economía. Las vallas tienen una transparencia selectiva, se podría decir. Se vuelven transparentes dejando entrar los productos del expolio así como ante el flujo entrante de cuerpos-producto —tanto órganos para trasplantes como cuerpos para el disfrute sexual— o la circulación de armas en dirección contraria, vendidas por Europa a los regímenes autoritarios cómplices que aceptan el intercambio en nombre del progreso y el desarrollo, o incluso la paz, mientras que se vuelven opacas ante las personas que piden lo que les ha sido robado, expropiado, sustraído.

Para difuminar este juego de transparencias y opacidades y confundir los términos se pintan las vallas con el eslogan opaco y homogéneo de la seguridad nacional y la estabilidad económica, escrito con palabras compradas en periódicos y televisiones propiedad de inversores financieros, multinacionales, banqueros, quienes son los verdaderos responsables de nuestra falta de seguridad.

 

En dirección contraria

Si estos continentes enteros edificaran vallas y cerraran puertos, rompiendo los lazos políticos con Europa que han permitido el planeamiento de la continuación del despojo tras el fin del colonialismo, y los recursos beneficiaran a los pueblos locales, llegaría la hora de la verdad. Las vallas y los puertos cambiarían sus propiedades, volviéndose opacos a la salida de materias primas, fuerza de trabajo, recursos naturales, trata de personas y transparentes a la verdad.

La responsabilidad de cada uno consiste en no querer levantar el velo que intenta cubrir esta economía criminal, acto que disolvería la opacidad del viejo eslogan de la seguridad y del peligro, detectando con claridad las verdaderas causas de la inseguridad de nuestra época y sus verdaderos peligros y llegando así a una visión transparente de la realidad, para que se abran nuevas posibilidades de pensamiento y acción.


Artículo publicado en El Salto Diario

Imagen [banner]: Evelyn Berg


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